locuras, debraye, un poco de literatura...

sábado, 4 de agosto de 2007



Paseo nocturno 3 “Noche roja”




Ella camina por el pasillo que la va emparedando mientras más se acerca al último azulejo que es visible, dobla el paso y se pierde en aquella mirada estática. Roberto se clava pasadores, sutura los tejidos para no dejar fluir la sustancia ácida que poco a poco lo desintegra. Aquello que navega en su errático ser.

Es tan fácil traspasar, enterrar una uña. Es en verdad fácil provocar ilusiones vibrantes, emular estructuras ligadas con velos de compromiso, fingir una escena esencial. Pero ahora Estela comprendería el riesgo en el juego, desearía de momento derrocar el plinto de aquel capitel que ese día levantó.

No voy a hacer enunciación con detalles, cuando se pierde dignidad y confianza se rompe cualquier estabilidad. Nada se construye con vigas de cera.

¿Y qué procede ahora? Veo fraguado el deseo delirante que me acosaba sin ceder, sin pausas, un latido ansioso. Mas aún conservo el vacío. Absurdamente confiaba en su letal extinción, pero tal no funcionó, como con Estela. Si tan sólo hubiera querido, si otra hubiese sido su decisión. La mía sólo pudo ser así.

La noche anterior se fue cerrando, Roberto se asfixiaba entre cuerdas de hipocresía. El había comprado una verdad, él aseguró haber escuchado mencionar a Estela la infinitud de las horas juntos. ¿Por qué razón no creer lo que siempre se buscó escuchar? Se preguntó Roberto mientras las palabras aún causaban resonancias temblorosas. Después de haber escuchado por séptima vez esas frases vacías, arrojadas al frasco de falsedades, se quitó el cobre de sus botas, caminando ligero y objetivo. El recorrido no fue cansado, los pasos se adelantaban dejando atrás fantasmas. Era un edificio de cristal levantándose frente a sus pupilas, por donde la vista traspasaba y hallaba el punto.

Nada hay que limite mi vuelo, no soy una víctima encarnada, ni es mi pretensión. Mas ahora, sin oros ni sedas, soy bruto y rojizo palpitante. Ahora soy delirio, buscando gastar mi aceleración, callar el grito estridente. Quebrarme y derrocar la estabilidad, sólo ahogar aquello que me prohíbe ser, que me bloquea el conducto sanguíneo. Me debo al exterminio.

Roberto se elevó sobre rojos escalones, impulsándose con barandales rojos, observando cuadros congelados desde su roja mirada. Llegó a la celda, miró a Estela con gozo, salivando, degustando con ansiedad cada movimiento. Tomó la almohada más próxima y con la mayor fuerza la impactó contra el rostro de aquella mujer, sosteniéndola firme para así aprisionarla. Mas al momento de rozar su mano sintió frío, estaba rígida. Estela ya había muerto momentos antes, alguien se adelantó a los pasos de Roberto.




Derechos Reservados (DR) © Zita Ixhel Noriega Estrada. México, D.F. 2006

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